Elena Aguilera y el flujo vital del trazo, Laura Cornejo Brugués - Elena Aguilera Cirugeda
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Elena Aguilera y el flujo vital del trazo, Laura Cornejo Brugués

Elena Aguilera y el flujo vital del trazo, Laura Cornejo Brugués

[…] donde el mundo material no es otra cosa 

que la «visibilidad» de estas Formas; el mundo material se explica, pues, por dicha visibilidad. 

En cuanto a estas Formas, no tienen que ser explicadas, es inútil buscar su razón, su fin. 

Son para sí mismas sus propias razones. 

Pierre Hadot, Plotino.  

La artista alicantina Elena Aguilera concibe el proceso creativo a través de una metodología que, sin un plan preestablecido, hará surgir «la obra de su creación» por intermedio de la contemplación y  de una acción transformadora de la realidad material de las formas. La gestación artística se convierte en un ejercicio donde la meditación se alía con el gesto, poniendo en evidencia la contingencia espacio-temporal y emocional en que es realizada; un flujo de energías libre y espontáneo se canaliza, en el que la artista procede gracias a un proceso de tentativa y corrección favorecido por la plasticidad inherente al dibujo y a la materia pictórica. 

Imaginemos a la artista en su estudio –el lugar del oficio y del recogimiento– o el espacio fundamental donde la creadora se ilumina, tras enfrentarse a jornadas de soledad por esa presencia infinita de la tela o del papel en blanco. Serán largas y silenciosas las pausas dedicadas a pensar y a mirar la obra para profundizar en su sentido, como un tiempo de preparación indispensable para entrar en la pintura, para llegar a ella. Por supuesto, este tránsito mental y físico no estará falto de exigencia, obstinación y dureza. Mas será este pasaje donde confluyen visión e impulso, el que otorgue vida y sentido a la serie Donde se nace, donde se muere, que presenta el Museo de la Universidad de Alicante. 

Un núcleo de obras destaca de inmediato por su grafismo incisivo sobre telas de grandes  dimensiones. Con la elección de este soporte, Elena Aguilera se úne a esa ya larga tradición de artistas transgresores de las leyes de la pintura de caballete, eligiendo una libertad del formato que la acerca al arte parietal, tal y como demuestran algunos de sus trabajos sobre muro. En la monumentalidad de estas piezas se perciben unos garabatos de aire infantil y unas formas desencajadas semi-abstractas, que nos instan a considerar qué es lo que sucede en la imagen desde ese primer trazo. El dibujo se mezcla con la textura pictórica, cuando las contorsiones transversales y rítmicas de la línea se entrecruzan, desmaterializándose en transparencias o montículos de pintura. En este escenario pictórico, la artista nos hace contemplar el proceso de transfiguración de la línea, a partir de ese binomio entre la fusión y la fricción del signo, que decreta un sentido de presencia y de ausencia. Como reza el aforismo de Heráclito, «lo que nace tiende a desaparecer», y así también lo harán las formas y su apariencia; la potencia orgánica del dibujo de Aguilera, con sus flujos inesperados, nos acerca a comprender el misterio de dicha metamorfosis, o la desaparición como una necesidad inscrita en la aparición, en el proceso mismo de producción de las cosas. Sin proporcionarnos demasiadas referencias visuales, sin decirnos demasiadas cosas, las obras de Elena Aguilera nos enseñan a hablar el lenguaje, a la vez visible e invisible, de la pintura.  

El «gestualismo anímico» que aflora en las creaciones de Elena Aguilera se cierne en esa transmutación contínua de la naturaleza –su infinita dinámica– que no es otra que el movimiento mismo de la vida en su identificación con el movimiento mismo de la muerte. Parece como si Aguilera quisiera llegar a su geometría secreta, ya sea a partir de la materia y la composición –pues la naturaleza es esencialmente abstracta– como por el hermetismo de su morfología. Carl Jung y su escuela establecieron que hay símbolos derivados de los contenidos inconscientes de la psique que representan múltiples variaciones de las imágenes arquetípicas esenciales, que se han convertido en imágenes colectivas de las sociedades civilizadas. 

La montaña, el nido, el río y el árbol serán las voces simbólicas del paisaje que la artista reintroduce en relación a sus aspectos intangibles, o aquellos que abordan su dimensión conceptual. Instrumentos de conocimiento, su contemplación nos exige estar presentes para volver al estado original del ser, para llegar a sentirnos parte de un todo como individuos. Así, el alma del mundo se perfilará en el contorno de una montaña; el nido garabateado será el receptáculo vital que alberga nuestro vínculo maternal; el río marcará el devenir físico y espiritual de la existencia; el árbol representará nuestra identidad enlazada con el orden terrenal. 

Esta percepción simbólica de la naturaleza, ligada a nuestra mente subconsciente, y que la artista expresará en loneta, papel o vídeo, apela a los valores más profundos de nuestra naturaleza mortal,  conectando al sujeto con su consciencia universal. Dicha percepción tiene una base emocional e imaginativa, pues Elena Aguilera no representa racionalmente la naturaleza, más bien la siente y nos la da a ver, gracias a la ejecución de un trazo artístico que, como un flujo vital, es capaz de construir relaciones de identificación con otros seres y de estrechar vínculos de naturaleza ética que puedan revelarse en los actos de nuestra sociedad.

Laura Cornejo Brugués