16 Sep ENCONTRARNOS CON ELENA, Irene Ballester Buigues
Elena Aguilera Cirugeda (Alicante, 1962), expone en el MUA (Museu de la Universitat d’Alacant) gran parte de la obra pictórica que durante los últimos años la ha caracterizado. Mujer de fuertes convicciones pictóricas, ha hallado en el arte abstracto su manera de expresar y de estar en este mundo. Sus herramientas son las largas pinceladas a través de las cuales crea y expresa, potenciando las emociones mediante las cuales desemboca su proceso creativo.
Donde se nace, donde se muere es el título de la exposición comisariada por Juan Antonio Roche. A través de la misma se nos habla del lugar al que pertenecemos y al que siempre regresamos. Elena pasó gran parte de su infancia y adolescencia en Madrid y allí, las numerosas visitas al Museo del Prado la conectaron a un universo creativo en el que todavía está inmersa y donde referentes como Velázquez o Rembrandt, nutren sus momentos de encuentro con la pintura. Pintora desde niña y estudiosa del carboncillo y de sus infinitas posibilidades, Alicante, la antigua Lucentum iberorromana cuyos orígenes se remontan al siglo IV a. C., es la ciudad en la que pinta y donde cobra forma el lenguaje de su pintura. Su habitación propia es su estudio en el barrio de San Blas, donde los momentos creativos trasladados a los lienzos y a las lonetas, cobran forma en un estadio en el que el silencio y el encuentro consigo misma, conforman el escenario para la creación, la reflexión y la meditación. Sólo así establece un encuentro íntimo y privado con la pintura, para que el inicio del acto de pintar, prácticamente se convierta en un encuentro sagrado y transformador en donde deja que la pintura le diga.
Las pinceladas de Elena Aguilera se expanden en lienzos de grandes dimensiones y su fuerza se expresa a través de figuras abstractas que vislumbran la esencia de su arte. Su pintura nos invita a la contemplación y al silencio, un trance previo por el que la artista ha transitado encontrándose con el alma de la que posteriormente será su obra. Su método creativo desmaterializa el objeto artístico para abrazar el arte abstracto, y sólo así sus manchas y líneas de color, experimentan un cromatismo que las convierte totalmente en autónomas. Y de esta manera, experimentando con las formas cromáticas, Elena elabora una iconografía en la que se vislumbra la montaña, el nido, el río y el árbol, campos experimentales que nos adentran en su experiencia estética, fundiéndose con la nuestra. La montaña representa un tótem sagrado, un espacio donde las energías femeninas confluyen y en cuyas cuevas, en la profundidad, se honra a la Diosa Madre, la diosa dadora de vida. Estos fueron los primeros espacios donde el arte rupestre, también un arte abstracto, fue plasmado para representar vivencias, pensamientos y creencias, de la mano, en la mayoría de las ocasiones de las mujeres. El nido nos habla del lugar de pertenencia, del lugar donde nacemos, de nuestra madre, de su alimento y de su protección. Pero también del lugar al que siempre regresamos. El río es el lugar por donde la vida transcurre, el cual simboliza el progreso y también el paso del tiempo. Supone la renovación continua y la purificación constante. El árbol es la semilla germinada, es la raíz que nos arraiga y nos conecta con la tierra, y donde la fertilidad se expande. En la pintura de Elena Aguilera, todos estos elementos que representan su universo vital estético, se convierten en magia y misterio y se relacionan con la vida y la muerte, con la fertilidad y los cuidados, y, en definitiva, con el ciclo vital de las mujeres.
Elena Aguilera empezó su carrera profesional después de haber cursado estudios de Bellas Artes, en unos años donde la renovación, con la llegada de la democracia, supuso el resurgimiento de la pintura expandida en formatos novedosos. Probablemente la academia para ella suponía un encorsetamiento en el que su pintura no encajaba y es que, a través de la misma, siempre ha querido plasmar las vivencias en las que reconocernos y a partir de las cuales transformarnos tejiendo sororidades que unan. Sus pinturas han reflejado visiones y pensamientos que han conformado su universo estético, fruto de la introspección, y a través de ellas, su mirada ha buscado respuestas a sus inquietudes internas, pues no es fácil ser pintora en un mundo donde los genios son masculinos. Por ello, Elena Aguilera propone que miremos hacia nuestro interior para que podamos encontrar la conexión con lo terrenal y sólo así sabernos inmersos por una sensación superior que nos acerque a la espiritualidad abstracta, a través de la cual, emocionarnos.
Irene Ballester Buigues
Doctora en Història de l’Art – Pedreguer (Alacant), maig 2021